-Me encanta mirar el horizonte al atardecer, dijo ella desde el balcón mientras él manoteaba en la penumbra en busca de su tabaquera.
-¿No puedes esperar? Sabes que no me gusta.
-Hay muchas cosas que no te gustan, pero no por eso…
La frase inconclusa se elevó en el aire viciado de la habitación, atravesó el espacio que los separaba hasta llegar a los oídos de ella.
-¿No por eso…?
-Nada, fue la seca respuesta de él, déjame a mí en el balcón.
Entonces intercambiaron lugares y ella entró en la alcoba como quien repite una vieja ceremonia, con el torso aún desnudo se tendió en la cama. Desde su nueva posición horizontal lo miraba a él, que ahora armaba un cigarrillo para luego encenderlo en la pesada atmósfera estival.
Con la primera exhalación el humo se perdió, perezoso, en el aire de la ciudad, en el misterio de sus laberintos de asfalto allá afuera, en la cadencia de sus sinuosos canales, en el observar de sus gigantes de piedra y ladrillo, que miraban, como expectantes, únicos testigos de ese amor de tantas ciudades, de tantos otros laberintos y tantos otros gigantes.
Y ahora ella, absorta en profunda contemplación del perfil de él que se recortaba contra los edificios antiguos, se preguntaba si esta vez sería diferente. Si esta vez, después de la vuelta a casa y a la vieja y (demasiado bien) conocida rutina él se acordaría. O quizás sería ella la que una vez más agarre el teléfono, dispuesta a subirse al próximo tren o montarse al siguiente avión, a armar las valijas y tomar su pasaporte para cruzar otra frontera, solo para verlo a él, para llegar a una nueva ciudad que será la silenciosa testigo de un amor furtivo, como lo fueron tantas otras antes, como lo fueron Praga y Venecia y ahora lo es esta, pero esta es distinta, esta los desafía y los estimula, esta los inspira desde su existencia aparentemente inerte.
-¿Cómo va tu novela?, inquirió, con la cabeza apoyada en la almohada.
-Bien, dijo él, la editorial quiere publicar en octubre.
-Genial. ¿Ya has estado en Peterhof?

-Sí, y también en la casa de Raskolnikov.
-Siempre he querido ir allí.
-Todavía tienes tiempo, contestó él antes de detenerse por un momento y dar la última pitada en presencia de la ciudad, que respiraba junto con ellos, que era un tercer interlocutor en la habitación del hotel.
-¿Cuándo vuelves a Madrid?
-En dos días.
-Tienes tiempo, repitió, arrojando la colilla a la calle.
-¿Y tú?
-Helsinki. Mi tren parte dentro de cinco horas.
Breve pausa.
-¿Cuándo volveremos a vernos?
La miró fijamente. Ahora que él la miraba era la mirada de ella la que, en forma de dos ojos marrones, recorría lentamente la pared, luego el cielo raso hasta llegar a la lámpara de techo que iluminaba, sin demasiado éxito, la cada vez más espesa penumbra del cuarto.
Entonces, con un leve movimiento de cabeza él entró en la habitación, se arrodilló al lado de la cama para acariciarle el pelo suavemente.
-Hueles a cigarrillo.
-Y tú hueles a flores y a primavera.
-Hablas como poeta.
-Hablo como poeta pero escribo novelas.
Los dos sonrieron un poco adolescentemente.
-No has respondido mi pregunta.
-Estos meses voy a estar ocupado, pero te llamaré apenas tenga tiempo.
Estas palabras resonaron de la misma manera en que habían resonado antes, en otras alcobas y en otras ciudades que ahora se confundían en un solo pasado, y que desde este presente de aire húmedo y agobiante parecían sacadas de otros mundos, como veladas por una cortina difusa que no es otra cosa que el tiempo. Y de la misma manera resonarán otra vez en un futuro quizás no muy lejano, pero solo si ella pasaporte y valijas, si ella corazón en la mano y vamos a vernos, sí, claro, no importa si no puedes viajar, donde estas, ¿en Helsinki?, hay un vuelo para el viernes 16, sí, pero no, claro que no me molesta.
-Daría todo lo que tengo por saber qué estás pensando.
Su mirada errante finalmente encontró refugio en los ojos de él. Trémulos de pasión, sus dedos acariciaron los finos rasgos del rostro amado.
¿Para qué decirte lo que estoy pensando si de todas formas no entenderías, atrincherado en la frívola y prudente distancia que has construido, cual puente insondable, entre nosotros?
-Sólo bésame, dijo en cambio ella, mientras la noche terminaba de cernirse sobre los cuerpos enredados de los dos amantes.
Me encanta
siempre manteniendo tu nivel…. y muy alto
¡Muchas gracias, Aldo!