En el asilo

Laura entra al edificio y la saludan con familiar cordialidad. La enfermera bajita, la de los lentes, le dice “adelante, la señora María la espera”. Entonces Laura recorre un largo pasillo, de puertas abiertas y semiabiertas, de gasas y de profundo olor a alcohol, una enfermera está lavando al señor Martínez que acaba de ir al baño, Tota y Porota juegan a las cartas sobre una mesa redonda, la señora Rosa mira perdidamente un punto  en el vacío mientras la enfermera “buenos días señora Rosa, ¿cómo está usted?, ¿lista para su baño?” En respuesta el silencio de Rosa, su mirada gris clavada en un rincón incierto de la habitación, un hilo de baba que cae de la boca de Rosa, que está a punto de tocar su camisón de ajada tela rosa.

“Buenas, señora Laura” “Buenas” “¿Cómo está la familia?” “Bien, gracias. Disculpe… ¿por qué Rosa tiene ese camisón tan viejo y sucio?” “Intentamos cambiarle de ropa varias veces, pero cada cosa que le ponemos la rompe, desgarra la tela, por eso la dejamos con ese”. El hilo de baba termina de caer  sobre el camisón rosa de Rosa.

Laura, saliva espesa acumulada en la mandíbula, la traga con dificultad.

Sigue andando por el pasillo, una enfermera le sonríe, lleva en la mano una palangana con desechos humanos, excremento y orín.

Laura sigue caminando, odia el olor de ese lugar, ese olor difícil de describir pero que la sigue a todas partes, que está donde sea que ella esté, en su casa, en la oficina, en su ropa, en su almohada. Lo lleva consigo siempre, siempre desde el día en que su mamá vino aquí por primera vez. Laura detesta ese olor penetrante, áspero, mezcla de orina y desinfectante, de gasa y agua oxigenada, olor a guardado por largo tiempo, a cuerpo humano en decadencia.

Los cuerpos comienzan a descomponerse antes de morir, piensa Laura, un nudo en la garganta. Quizás sea el olor de la muerte, piensa, que sobrevuela el asilo de ancianos como pez en el agua, moviendo sinuosamente sus aletas. Ella finalmente entiende, es la muerte la que huele así, su fétida presencia como una bruma invisible pende sobre cada habitación, sobre cada cama, sobre cada rincón, sobre el juego de naipes de Tota y Porota, sobre Rosa y sobre Martínez, sin apuro, expectante, sin urgencia ni apremio, después de todo el tiempo es cosa de humanos.

Laura se detiene, no quiere que su mamá la vea llorar, se toma unos segundos, respira profundo para disolver el nudo en el estómago, para disolver esa angustia que le aprieta el esófago y los pulmones.

Respira profundo, Laura, y se pregunta otra vez, como todos los días, como cada tarde en ese pasillo infinito, pasillo de la muerte que la pone cara a cara con su propio destino, con el destino de cada ser humano. Nacer, crecer, reproducirse y…

Cruel imagen de lo que será. Quizás ella también viva algún día en una habitación así, en un pasillo así, con un olor así, con la muerte rodeándola como un gato que juega cruel con su presa, hiriéndola pero dejándola viva, a merced de su cruel capricho, sabiendo que no tiene escapatoria, como Sísifo cuyo destino es regresar eternamente a la base de la montaña para volver a empezar, tarea inútil, capricho de los dioses. ¿Pero acaso no estamos todos a merced de los dioses? De un único dios, de muchos, lo mismo da, ¿no estamos todos, incluso los que rebozamos de vida y juventud, a la espera del zarpazo final, del inevitable desenlace, del gato cruel que nos mira con ojos encendidos de un verde brillante? Laura, Sísifo, la vida, tarea inútil: capricho de los dioses.

Y en sus meditaciones Laura se pregunta otra vez, como todos los días, por qué trajo a mamá a este pasillo donde la muerte ronda tan perceptible, tan pre-sentible, de tan densa casi tangible. El látigo de la culpa azota a Laura otra vez y para qué si en casa estábamos tan bien, si los chicos ayudaban, si era tan lindo tener a mami en casa y Pablito se divertía tanto con la abuela. Pero luego hubo que empezar a usar pañales, enfermedad progresiva, que se va a hacer, descripta en Wikipedia como “enfermedad neurodegenerativa que se manifiesta como deterioro cognitivo y trastornos conductuales”.

Se las arreglaban bastante bien, incluso con los pañales, hasta el día en que Laura volvió de una reunión, la casa llena de humo, la olla quemándose en la estufa de la cocina, llantos y miedo y Pablito en el hospital, solo un susto gracias a dios, y otra vez Wikipedia que dice que “la enfermedad de Alzheimer (EA), también denominada demencia senil de Alzheimer (DSTA) o simplemente alzhéimer, aunque la pronunciación etimológica del apellido alemán es /álts jáimer/ normalmente en español se pronuncia /alséimer/…”

Laura junta coraje, se domina y abre la puerta.

-Hola mami.

Sus ojos negros la miran fijamente, su pelo que nunca encaneció.

-¿Y vos quien sos?

-Soy yo mami, Laura, soy tu hija.

-¡Ah! ¡Laurita querida! ¿Cómo estas hijita?

-Bien mami, ¿y vos?

-Bien… ¿Vamos a tomar un heladito?

 

Photo by Steve Johnson from Pexels

 

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